Cuando emprendemos el noviazgo, no se ve sino lo bueno de cada uno de los componentes de la pareja. De hecho, todo nos parece maravilloso en la otra persona. Lo complejo se produce cuando pasa el tiempo y comprobamos que sí hay fallas, conductuales o de palabras, que terminan generando heridas. Y esas heridas emocionales van agigantándose conforme pasa el tiempo y llevan al resquebrajamiento de la unión.
Uno de los problemas más frecuentes en la relación de pareja son las ofensas mutuas, que terminan por resquebrajan y posteriormente desmoronar la relación matrimonial. Los especialistas coinciden en asegurar que producen—a la postre—el distanciamiento y divorcio emocional, previo a la separación.
Nuestro propósito permanente debe ser identificar dónde hay fallas en la relación conyugal, y disponer el corazón para el perdón. Al respecto cabe citar al autor, Gary Rosberg, cuando escribe: “Lo que queremos lograr, como matrimonios y como pareja, es lograr el compromiso de tratar el dolor y el enojo, de resolver los conflictos, de perdonar al ofensor y de renovar la relación. La meta es llevar la relación a un nivel de sanidad, de apertura, de unidad que te ayude a ser aceptado y conectarte de nuevo en la relación.”(Gary y Bárbara Rosberg. “Matrimonios a prueba de divorcio”. Editorial Unilit. EE.UU. 2002. Pg. 80)
Como familia nos integramos para crecer juntos, vivir momentos gratificantes, enfrentar dificultades y salir airosos con ayuda de Dios. ¿Qué ocurre cuando hay dificultades? Primero, comprender que son apenas previsibles en la pareja, pero en segundo lugar, orar a Dios que no se contamine nuestro corazón con resentimiento y rencor (Cf. Proverbios 4:23), producto de las ofensas que a veces recibimos o generamos, en algunos casos de manera inconsciente.
Pues bien, como matrimonio contribuimos a satisfacer las necesidades espirituales, emocionales y físicas del otro, prodigar respeto y honra como lo pedimos también, aprender a convivir en pareja (Cf. Romanos 12:10, 18), y tener la suficiente madurez para reconocer que es necesario dar de nuestra parte para que la relación sea sólida.
De la ofensa al dolor
Cuando decimos algo inapropiado a nuestra pareja, le ofendemos. Pueden ser palabras o gestos los que terminan causando dolor. Estos incidentes terminan sembrando tristeza, desaliento y en ocasiones, distanciamiento en clara contravía de nuestro mayor compromiso: desarrollar la relación matrimonial y sentar las bases para su sostenibilidad en el tiempo.
Los matrimonios hoy día se ven amenazados por los vientos de divorcio. ¿Qué si provenimos de un hogar disfuncional donde hubo separación? Nos corresponde romper esa cadena y evitar que ese ciclo destructivo se repita en nuestra relación de pareja. Recuerde los tres pasos del conflicto:
- Ofensa (Motivo)
- Dolor (Reacción)
- Enojo (Consecuencia)
El enojo es el nivel más alto, pero Dios nos enseña que debemos aprender a manejarlo y no incurrir en pecado (Efesios 4:26) Tenemos la opción de seguir guardando el enojo y no decir nada, hasta que inevitablemente estallamos, o disponernos con ayuda del Señor, a perdonar la ofensa. La forma como percibimos las ofensas varía en cada uno y depende, fundamentalmente, de la crianza, valores, enseñanzas que hemos recibido e incluso, la forma como nuestros padres reaccionaban ante la ofensa, lo que a su vez nos marca.
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