Cómo Resolver los Conflictos Matrimoniales-PARTE 2
Disponiéndonos para el perdón
Cuando tenemos dificultades como pareja, generalmente creemos que somos quienes más vulneración y ofensas han sufrido. Se trata, por supuesto, de una percepción muy subjetiva. La realidad es que no importa cuántas veces ha sido ofensor o víctima, lo importante es reconocer que también hemos ofendido y lastimado a nuestro cónyuge y necesitamos pedir perdón y perdonar con humildad y mansedumbre.
La autora, Dora Tobare, en su blog define el perdón no como abrir espacios para que nos sigan atropellando emocionalmente, sino para resolver los conflictos que minan la relación de pareja: “Perdonar no es aceptar lo inaceptable ni justificar males como maltratos, abusos, faltas de solidaridad o infidelidades. Tampoco es hacer de cuanta que no ha pasado nada. Eso sería forzarnos o ignorar la realidad y a acumular resentimientos. Igualmente, perdonar no es tratar de olvidar lo que me han hecho, pues siempre es bueno aprender de lo vivido. Perdonar es sobre todo liberarse de los sentimientos negativos y destructivos, tales como el rencor, la rabia, la indignación, que un mal padecido nos despertó y optar por entender que está en mis manos agregarle sufrimiento al daño recibido o poner el problema donde está: en la limitación que tuvo mi cónyuge de amar mejor, en una determinada circunstancia.”. El asunto es claro: Perdonar es ante todo, liberarnos de una pesada carga.
¿Qué si las ofensas han sido graves? Por supuesto no lograremos que la sanidad interior se produzca el mismo día. Recuerde que quien debe intervenir para sanar las heridas es nuestro Señor Jesús, quien toma nuestras cargas y nos libera de todo peso de rencor o resentimiento (Mateo 11:28, 29; Isaías 53:4).
El primer paso, entonces, es que Dios ministre sanidad en nuestro mundo interior. Esto lo hacemos en oración, en intimidad con Él. Un segundo paso es disponer el corazón. Abrirnos a la posibilidad de perdonar y mostrar esa actitud perdonadora al cónyuge.
Las crisis en el matrimonio pueden llevarnos a la separación
Cuando Dios haya abierto las puertas, en una tercera fase, está el confrontar—sin ánimo de polemizar o abrir nuevas heridas—en dónde estamos fallando mutuamente. Es un proceso en el que nos ayuda Dios. El círculo se cierra con la restitución que debemos hacer por las ofensas, y que parte de un compromiso decidido—delante del Señor—de no incurrir en los mismos errores otra vez. ¡Dios desea ayudarnos en todas las etapas!
Debemos perdonar al cónyuge
Perdonar no es fácil pero sí muy necesario: Perdonar al cónyuge cuando nos ha causado daño. ¿Por qué se torna difícil? Por las heridas emocionales que desencadenan las faltas de respeto graves, juicios injustos, violencia verbal o física, maltrato, traición, engaños y cosas por el estilo, son frecuentes en muchos matrimonios y son a la vez muy difíciles de perdonar.
Es posible que su pareja no haya medido el alcance de la ofensa o quizá se le dificulta pedir perdón. Puede ver el asunto como alto previsible o normal. Ese comportamiento inconsciente genera aún más resentimiento en la víctima.
La verdad es que la gran mayoría de matrimonios sin distingo del nivel espiritual somos susceptibles a conflictos y heridas emocionales que afectan sus relaciones. Una persona víctima de violencia doméstica agresiva, debe buscar ayuda de inmediato con un familiar o una amistad cercana y llamar a las autoridades respectivas.
No debe permitir que pase más de una vez, porque si lo hace, el agresor interpreta que usted nunca le acusará y se sentirá alentado a continuar el abuso.
Si usted ha sido víctima de heridas no violentas, pero muy dolorosas emocionalmente, debe aprender a perdonar y liberarse de los pensamientos negativos que pueden provocar los rencores no resueltos. Estamos llamados a perdonar, y algo más: bendecir a nuestra pareja. Recuerde lo que enseña el apóstol Pedro: “No devolváis mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuisteis llamados a heredar bendición” (1 Pedro 3:9)
La naturaleza de Dios es el amor, la misericordia y el perdón, como enseña el apóstol Juan: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad.” (1 Juan 1:9)
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